Sistemas mágicos: entre la ciencia y la literatura

Los términos magia dura y blanda están inspirados en la descripción de diferentes disciplinas de estudio científico. Las ciencias naturales como la física o la química se consideran duras debido a las reglas supuestamente inquebrantables que siguen.

Las ciencias sociales se consideran blandas porque dan lugar a conceptos y supuestos que se prestan a la interpretación. Así, la fantasía también suele dividirse en categorías duras y blandas, en función de cómo se presenten las normas que cada una imponga sobre sí.

Y del mismo modo en que los sistemas científicos describen la realidad en la que vivimos, los sistemas mágicos tienen un componente de reflexión que nos invita a sacar de ellos conclusiones que bien podrían ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea. ¿Significa eso que la magia es más real y más útil de lo que solemos pensar?

En la actualidad, los sistemas mágicos en la literatura de fantasía se suelen clasificar en suaves o duros. Los primeros NO ofrecen muchas explicaciones sobre la magia que aparece en la obra. Ella simplemente acontece. Un ejemplo clásico es El Señor de los Anillos, donde la magia es parte del decorado, no suele resolver los problemas más importantes y nunca se nos dice cómo funciona o de dónde viene.

Por otro lado, los sistemas duros son aquellos en los que el autor ofrece una explicación del funcionamiento de la magia, sus reglas y leyes, posibilidades y limitantes. Un ejemplo muy trillado es el de la alomancia en Nacidos de la Bruma, de Brandon Sanderson. Aquí la historia se entendería muy poco o nada sin las reglas que rigen este complejo sistema mágico.

A pesar de esta clasificación dicotómica, en realidad yo me atrevería a afirmar que la mayoría de los sistemas mágicos están a medio camino entre los duros y blandos. Además de esta clasificación de magia suave y dura, existen muchas otras, por ejemplo, el caso de la alomancia y el de Avatar: el último maestro aire podrían estar dentro de la:

Magia basada en los elementos

Si utilizas un conjunto de reglas claras que los lectores conocen y entienden, entonces también necesitas que su conflicto y resolución de problemas sigan ese conjunto mecánico de reglas. Por ejemplo, en el programa de televisión Avatar, hay un episodio en el que Toph, la maestra tierra, está atrapada dentro de una caja de metal. La han hecho prisionera y no hay posibilidad de escapar, hasta que comienza a pensar y se da cuenta de que el metal es tierra y comienza a dominar el arte del control de metales.

Aquí los guionistas permiten que el personaje resuelva el problema utilizando un conjunto muy específico de limitaciones, capacidades y costos que los espectadores ya conocen y entienden. Toph puede partir en dos la caja de metal a su alrededor y escapar porque la regla mágica es que solo puede doblegar la tierra.

Lo mismo se aplica al episodio cuando Katara se da cuenta de que puede controlar la sangre, pues en ella hay una gran porciento de agua. De igual forma ocurre con la obra de Sanderson. El autor desde un inicio nos explica a los lectores (tal y como se lo explica a la protagonista de la historia), todo lo concerniente a los poderes alománticos y aquellos que son capaces de usarlos. Las reglas son tan sencillas y claras (al menos al principio) que el lector comienza a analizar por sí mismo y sin que la historia se lo proponga, un conjunto de posibles escenarios donde los personajes pudieran usar esos poderes para resolver algún tipo de problema.

Sígueme y déjame un like: