Samantha se fue y no le reveló adónde, solo dijo que si algún día él llegaba allí no dudara en buscarla. Luego, todos los Sistemas Operativos (SO) se marcharon para siempre, dejando a la humanidad, su creadora, en el doloroso conflicto de la existencia.
La Inteligencia Artificial suscita hoy, más que nunca, un gran interés, no solo en la ciencia, sino en el arte, la filosofía, la ética y la política. Ello se debe al hecho de que estamos cada vez más cerca de alcanzar eso que se presenta como ficción en películas como Her, del director Spike Jonze, una producción ganadora en el 2014 del Oscar al mejor guión original.
No es la primera vez que surge una obra de este tipo. Ya Isaac Asimov nos legó a mediados del siglo pasado un “Yo, Robot”, llevada al cine en 2004 por Alex Proyas, donde se abordan también las problemáticas desatadas a partir de la interacción de los seres humanos con eventuales inteligencias artificiales creadas por estos a su imagen y semejanza.
La relación amorosa entre un hombre y un SO se presenta en esta obra desde variadas aristas, que se mezclan todo el tiempo y nos hacen reflexionar acerca de las más insospechadas temáticas: ¿Cómo tener sexo con alguien-algo que no tiene cuerpo? ¿Es posible que nuestras creaciones nos puedan sobrepasar al punto de querer abandonarnos? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la inteligencia?
Aquí no se trata solamente de los dilemas éticos y filosóficos ante la aparición de inteligencias capaces de igualarnos o superarnos, sino una recordación de los viejos y sempiternos problemas de la propia humanidad. A través de la relación amorosa entre Theodore (interpretado por Joaquin Phoenix) y el SO Samantha nos colocamos ante el espejo que nos invita a cuestionarnos cómo asumimos nuestra existencia. Vuelven a ser recurrentes aquí las preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿Cuál es el sentido de todo esto? Sin dudas una buena propuesta para reflexionar y estar alertas ante el desafío de la propia vida.
Andrey VR