Ser / relato filosófico

Érase una vez yo. Nacido en algún momento de la historia de la humanidad, de esos que tanto se repiten pero nunca nos damos cuenta.

Al principio recuerdo que todo era esencialmente placentero, incluso el dolor se enmascaraba con el placer de poder sentirlo. Mi materialidad crecía al tiempo que lo hacía mi mente y ambos me tomaban de la mano en la apresurada carrera de ser yo.

Entre tantas cosas nuevas por saber y aprehender me dejé guiar por la emoción de algo que no comprendía y de ser algo de lo cual no tenía ni idea y que en ningún momento había pedido ser.

Pero en medio de este remolino de sensaciones que me controlaban, un buen día supe que tendría que ser yo quien las controlara si aspiraba a vivir un poco más, aunque ya nada sería como antes: tenía cuatro años y había descubierto el sentido de la muerte.

Si en algún momento fui ángel, en aquel instante tengo la garantía de haber dejado de serlo. La mordida de la muerte me hizo preguntarme por vez primera acerca de la vida, de mi existencia y de mi propio ser.

¿Cómo era posible que fuera sin haber pedido ser? ¿Cómo era posible que algún día dejaría de ser sin haber sabido qué yo era? ¿Quién podría dar la garantía de la veracidad de las respuestas que encontrara? Pero con el tiempo comprendí que esto de “los posibles” y “las garantías” eran cuentos de camino.

En lo adelante todo fue canciones de cuna para poder dormir durante la noche y cuentos de dragones para soportar los días. Yo insatisfecho comencé a preguntar más.

Pero más que preguntar y responder del modo adecuado en que proponían los sabios, lo que hice fue dejarme llevar nuevamente por el torrente de los años anteriores a la mordida de la muerte en vida. Mi buena memoria me sirvió en ese intento. Mi mala memoria me ayudó también.

Y un buen día decidí que debía contar mi propia historia. No como el tonto que ahora escribe estas líneas, sino como aquel que crea con cada palabra que siente. Sí, porque la palabra que se siente es vida que se crea. Y yo, tramposo y cumpleañero que soy, inventé mi propio cuento y me fui a vivir en él. Pero no se trata de inventar por inventar, cuando imaginas, también eres y si eres, pues no importa cuándo, cómo ni dónde. ¡Tantos alquimistas locos en este mundo y a ninguno de ellos se les ocurrió inventarse a sí mismo en lugar de una pócima!

Claro, el cuento tuvo su éxito, pero eso no detuvo el dolor, no detuvo las preguntas y el confuso estado de ser sin saber y de ser para dejar de serlo sin saber qué hay después.

Tal vez mi cuento me garantice la inmortalidad, pero tampoco sé si eso sea ser. De momento solo puedo decir que una vez fui sin saber qué significa ser. También pude escribir que no tendría sentido escribir qué cosa es no-ser o cualquier otra cosa, porque no recuerdo haber estado allí.

Tal vez todo sea tan aburrido, que de lo que se trata es de volver a ser.

Andrey Viarens

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