El rey gallo

Había una vez un gallo en un típico gallinero. Este gallo recorría cada día el patio, caminaba de un lado a otro, miraba con detenimiento todo a su alrededor, cuidaba el orden y cantaba a su hora. Un día, como de costumbre, el gallo saltó a la cerca y gritó:

—¡Ki-ki-ri-kí! ¡Ki-ki-ri-kí! ¡Soy el rey-gallo, el señor-gallo, el kan-gallo, el sultán-gallo! Mis encantadoras gallinitas, polluelos negros, polluelos blancos, polluelos dorados, ¿quién es el más hermoso del mundo? ¿Quién es el más valiente del mundo?.

Todos los pollos, negros, morenos, grisáceos, rubios y dorados, corrieron y rodearon al rey, al gran señor, a su brillante kan, al poderoso sultán, y comenzaron a cantar:

—¡Ki-ki-ri-kí! ¡Ki-ki-ri-kí! ¡Ki-ki-ri-kí! ¡Maravilloso sultán! ¡Ki-ki-ri-kí! ¡El más brillante rey! ¡Nadie se iguala a ti! No hay nadie más valiente que tú en el mundo, no hay nadie más inteligente que tú en el mundo, nadie en el mundo es más hermoso que tú.

—¡Ki-ki-ri-kí! ¡Ki-ki-ri-kí! —el gallo comenzó a cantar aún más fuerte.

—¿Quién tiene una voz más alta que cualquier león en este mundo? ¿Quién tiene piernas tan poderosas, quién tiene un vestido tan colorido?

—Tú, nuestro rey, tienes un vestido colorido; señor de piernas fuertes; Tú, sultán, tienes una voz más fuerte que la de un león —cantaron las gallinas.

El gallo hizo pucheros por su importancia, levantó su alta cresta y cantó con todas sus fuerzas:

—¡Ki-ki-ri-kí! ¡Ki-ki-ri-kí! Acérquense a mí y díganme más fuerte: ¿quién lleva la corona de rey sobre todos los demás?

Los pollos se acercaron a la cerca, se inclinaron ante el imponente gallo y comenzaron a cantar:

—Tienes una corona en la cabeza y como el sol brillas. Tú eres nuestro único señor, eres nuestro único rey.

De repente, un cocinero muy gordo se acercó hasta el gallo y lo agarró por el cuello.

—¡Ki-ki-ri-kí! ¡Ay, ay, ay, problemas, problemas! —intentó decir el gallo.

—¿Ki-ki-ri-kí? —gritaron los pollos.

Así, fue atrapado por el cocinero el poderoso rey de hermosa cresta. El cocinero apuñaló al gallo con un cuchillo bien afilado, el chef le quitó el vestido colorido al otrora kan, y cocinó un en una sopa al invencible sultán. En el comedor todos comieron y se regocijaron: ¡Ah, sí, qué pollo tan delicioso! ¡Qué delicioso!

Andrey Viarens

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