La estrella de Zujrá

Hubo una vez una jovencita llamada Zujrá. Era buena, inteligente y sabía apañárselas en todos los oficios. Todos a su alrededor la admiraban por sus buenas maneras, virtudes y respeto a los demás. Ante todo, la amaban porque ni siquiera se enorgullecía de su belleza y diligencia.

Zujrá vivía con su padre y su madrastra, quien envidiaba a su hijastra, la regañaba por cualquier inconveniente y le encomendaba los trabajos más duros de la casa. Cuando el padre estaba presente, la madrastra se mordía la lengua y no le decía nada, pero apenas este salía por la puerta de la casa comenzaba a atormentarla.

Un día, la madrastra envió a Zujrá a buscar leña a un viejo bosque de abundantes árboles, donde había muchas serpientes y animales feroces. Pero estos nunca tocaron a una chica tan buena y gentil.

Zujrá trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer, se esmeraba haciendo todo lo que le habían ordenado, tratando de complacer a la esposa de su padre. Sí, donde fuera y a lo que fuera. Con obediencia y paciencia la hijastra cumplía con todas sus tareas.

Una noche, cuando Zujrá estaba especialmente cansada de tanto trabajo, la madrastra le ordenó que sacara el agua del río para llevarla a casa en un recipiente sin fondo. Así la amenazó: —¡Si no lo llenas hasta el borde antes del amanecer, que no se te ocurra poner un pie de vuelta en la casa!

Sin atreverse a contradecirla, Zujrá tomó los cubos con el yugo sobre su espalda y partió en dirección al río. Sin embargo, tras todo un día de trabajo, ya sus pies apenas tenían fuerzas para dar un paso, sus brazos no podían con los cubos y sus hombros iban caídos por el propio peso de la espalda. Una vez en la orilla, Zujrá decidió descansar un poco. Dejó a un lado los cubos, estiró sus hombros y miró relajada a su alrededor.

Era una noche maravillosa. La Luna vertía sus rayos de plata sobre la tierra, y todo a su alrededor se agitaba en dulce paz. Las estrellas brillaban en el espejo de agua, conectándose con su danza en el océano del cielo. Todo estaba lleno de una misteriosa belleza cautivadora, y por un momento Zujrá pudo olvidarse de todas sus penas. Un pez la salpicó con agua de entre los muguetes y un resplandor de luz bañó su cara. En su mente se reflejaron los recuerdos de su infancia y la voz de su amada madre resonaron vívidamente. Esto la llevó a recordar la infancia infeliz que vendría después, quedando renegada al olvido. Sus lágrimas ardientes rodaron por sus mejillas y cayeron como diamantes al suelo.

Con un suspiro, Zujrá llenó los cubos, y los cargó con ayuda de la mecedora, pero aun así el peso se le hizo insoportable, aunque el peso más grande era el pesar que llevaba en su corazón.

Zujrá miró a la Luna una vez más. Todavía flotaba libremente por el camino celeste y radiante. Así de libre quería sentirse Zujrá, olvidarse de todo y viajar como un peregrino celestial que no sabe de las penas ni las preocupaciones, solo del afecto y la bondad…

En ese instante un lucero bajó del cielo. A medida que caía se hacía más y más luminoso. Zujrá sintió cómo su corazón se sentía mejor y aquella luz le hacía olvidar sus penas. La dulce languidez se apoderó de ella, se volvió gratificante, tranquila. Zujrá sintió que los cubos de agua se hacían ligeros. Sus ojos se cerraron solos y para cuando los volvió a abrir vio a la mismísima Luna, aquella que había estado mirando durante tanto tiempo. Estaba rodeada por una danza en círculo de muchas estrellas. Una de ellas brillaba de forma especial.

Resulta ser que esta estrella siempre había observado a Zujrá. La había visto sufrir con todos los maltratos de la madrastra. Esta misma estrella abrazó a Zujrá con sus rayos y la elevó hacia el cielo. Nadie en la tierra vio esto, nada perturbó el descanso nocturno de los mortales. Solo la superficie apacible del río cerca de la costa se enturbió, pero luego volvió a ser lisa como un espejo.

Y con la llegada del amanecer desaparecieron tanto la Luna, como las estrellas. El padre de Zujrá llegó hasta el río, durante mucho tiempo había estado buscando a su hija. Pidió ayuda a su amada, pero ella no le dio importancia. Al final solo vio dos cubos llenos hasta el borde con agua. Fue su imaginación, o en verdad así aconteció, al ver en el agua el destello de luz como el de una pequeña estrella. Al acercarse desapareció.

Se hizo de noche y los ojos del padre no pudieron buscar más. Tocó el cubo con su mano y agitó el agua en busca del destello. De repente se percató de que en el interior yacían diamantes preciosos.

Todo ocurrió en una noche muy clara. Desde entonces, si miras bien a la Luna, verás en su silueta a una chica con una mecedora sobre sus hombros. Junto a ella siempre habrá una estrella brillante. Ella fue la responsable de llevar la noble alma de la chica al cielo. Desde entonces todos le llaman la estrella de Zujrá.

Andrey Viarens

Relato del libro Cuentos populares tártaros.

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