Capítulo 1 de Kalé y el mundo del tinajón

Al remontar la colina, ambos estuvieron más cerca del sol de cristal. Este ya no se escondía entre las nubes, sino que mostraba a todos la belleza de su ser. Justo allí, tuvieron la sensación de poder alcanzarlo con tan solo extender una mano.

El cielo de aquel día era despejado como pocas veces y si mi[1]rabas hacia arriba, poniendo tu mano en la frente y afinando bien la mirada, también podrías ver la otra parte del mundo, más allá del sol y las nubes.

Aquella mañana Kalé se sentía feliz. Viajaba con su abuelo a las tierras de los cultivos más alejadas de casa. Era la primera vez que emprendía un recorrido tan largo como ese y para él fue toda una aventura.

Del otro lado de la colina se alzaba un bosque de árboles altos y robustos, tanto así que al niño le parecieron los más grandes del mundo. Tomaron el rumbo del sendero y pronto llegaron a un claro donde se encontraba una plantación de frutales y hortalizas. En un extremo pudo ver un pequeño refugio hecho de hojas secas, donde el abuelo Eo guardaba su ropa de trabajo y un porrón de barro para beber agua fresca.

Allí descansaron luego del largo camino, comieron las galletas que había preparado la abuela Ona y admiraron el paisaje verde y florido.

—¿Cómo descubriste este lugar? —preguntó Kalé.

—Me lo enseñó mi papá —respondió el abuelo con aires de nostalgia—. Desde entonces nuestra familia cultiva también aquí. Son las mejores tierras en esta zona. Todo cuanto siembro crece rápido y su sabor es el más delicioso.

—¿Abuelo, quién enseñó a la gente a cultivar? ¿Cómo hacían antes para comer? —pensó de repente el chico casi que con un sobresalto.

—¿Acaso la abuela no te lo ha contado? —sonrió Eo—. El secreto de los cultivos es tan viejo que ya nadie recuerda de dónde vino. Muchos dicen que cuando nuestros antepasados llegaron al mundo, ellos ya sabían hacerlo. Otros afirman, incluso, que lo hacían mucho mejor que nosotros.

—¿Hace cuánto fue eso? —preguntó boquiabierto el chico. A sus pocos años de vida recién comenzaba a interesarse por asuntos como este.

—Hace muchísimo tiempo. Ya nadie ni siquiera se acuerda. Solo los sabios de El Fondo podrían contarte.

—¿Y de dónde llegaron nuestros ancestros?

—Ya esa respuesta se perdió con los años. Lo importante es recordarlos agradecidos por haber encontrado este mundo maravilloso que tenemos hoy.

—¿Qué hay más allá del mundo? ¿Existe algo? —y lo miró fijamente con sus ojos de color marrón.

—Más allá de las Tierras Prohibidas solo puede haber cosas terribles, frío y criaturas de espanto.

—¿Y si vienen a nuestro mundo esos monstruos? —preguntó inquieto.

—Nuestro sol de cristal no lo permitiría. Esas criaturas le temen a su luz.

—Y…

—Vamos a trabajar, pequeño curioso —y le estrujó el pelo.

No podemos llegar tarde a casa o la abuela nos regañará.

Las nubes paseaban lentamente por el cielo mientras se bañaban con la luz blanco azulada del diamante que flotaba justo en el centro iluminándolo todo a su alrededor cada día. Kalé se percató de que nunca antes había prestado tanta atención al firmamento, ese maravilloso espacio lleno de nubes al interior de su mundo.

De tanto mirar sintió un poco de vértigo. Tuvo la ingeniosa idea de pensar que si alguien saltaba demasiado alto, pues bien que podría llegar al otro extremo del mundo o incluso caer hasta los jardines de El Fondo. El chico lo intentó un par de veces, pero vio que ni de cerca ocurría algo similar.

A Kalé también se le ocurrió que si se construía un puente muy largo se podrían unir ambos extremos de las tierras, de modo que se hiciera más fácil ir a conocer a los demás antikis que vivían del otro lado. Cuando le comentó la idea a su abuelo él le dijo que para eso necesitarían talar muchos árboles, cosa esta desaconsejable. Además, el puente tendría que pasar inevitablemente cerca del sol de cristal y nadie sabe a ciencia cierta qué le podría ocurrir a alguien al estar tan próximo a su calor.

Los antikis amaban mucho a su sol-diamante. Sabían que de él manaba toda la energía del mundo, ayudaba a crecer a las plantas y los mantenía saludables a todos. Sin embargo, ellos estaban conscientes de que pasar demasiado tiempo bajo su luz podría ser dañino. Ellos, de por sí, ya llevaban la piel demasiado bronceada y curtida por sus rayos.

En el mundo de los antikis no existían las noches, sino un momento del día cuando la humedad se acumulaba formando grandes gotas de agua que flotaban por doquier. Las horas de los rocíos hacían que todos se guarecieran y buscaran la compañía de sus seres queridos. Todos se encerraban en sus casas para dormir y descansar de la luz.

Mientras, dejaban en sus patios o techos tinajones de barro destapados. Así las grandes gotas de rocío se acumulaban en ellos y contarían con suficiente reserva de agua para el día siguiente. De no hacerlo, tendrían que viajar constantemente hasta los ríos, que por lo general quedaban lejos.

Ese día, el abuelo y Kalé llegaron a casa más que empapados. La abuela Ona buscó una gran toalla de algodón y secó sus cabezas al tiempo que los castigaba con divertidos reproches que nadie mejor que ella podía inventar. Luego, los tres se sentaron a la mesa y comieron las verduras que ya habían sido cortadas y mezcladas por la cariñosa Ona.

Antes de irse a dormir, Kalé pensó mucho en su mundo.

Quería entender mejor su forma, sus leyes. El viaje de hoy le había confirmado que el jardín en el que solía jugar era apenas un pequeño rincón en medio de tierras desconocidas y maravillosas.

—¿Qué hay más allá del mundo, abuela?

—Pues, no lo sé —respondió a secas.

—Y si hay algo más, ¿qué hay más allá de ese algo? ¿Y más allá de ese otro algo?

—Mi niño, es mejor no pensar en eso. No son preguntas sanas —le dijo con tono molesto.

Cuando Ona apagó la luz y bajó al primer piso, Kalé, inconforme, volvió a repetirse las mismas preguntas. Y mientras más lo intentaba, más descubría una sensación de miedo y desconcierto, un escalofrío que llegaba de lejos, tal vez de aquellas Tierras Prohibidas en la cima del mundo adonde nunca debía ir.

Andrey Viarens

Primer capítulo del libro Kalé y el mundo del tinajón

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